miércoles, 25 de noviembre de 2009

Paradigma de la Organicidad (1/3)



Pocos artículos en la red pueden captar tantos temas, mostrando una comprensión global y tal cuál mapa, como guía de comprensión de muchos temas como este gran artículo (A): "El paradigma de la organicidad en salud, maternidad y ecología".

Parte 1

La racionalidad dominante de la civilizacion occidental moderna
Cinco lineas maestras para una revolucion cientifica
El estudio de la vida bajo la ley de un universo inerte


El paradigma de la organicidad en salud, maternidad, y ecología

por Juan Ortega

El paradigma de la organicidad es el nombre que se ha escogido en este trabajo para el necesario reconocimiento de que se está consolidando, como dice el filósofo de las ciencias Mauricio Abdalla, una nueva racionalidad; o si se prefiere, una nueva cosmovisión o código interpretativo de la realidad que surge como ineludible elemento evolutivo en el momento histórico de crisis, o cambio, que vivimos a nivel planetario (ABDALLA, M. 2007). La expresión “paradigma de pensamiento” no se usa en este trabajo para hacer referencia a una ideología, código moral, o una enciclopedia de todas las cosas y causas, sino a una estructura básica de procesamiento de información, el sistema con el que construimos y expresamos nuestro diálogo mental con el mundo. Este cambio de racionalidad se aborda aquí desde la perspectiva de las nuevas tendencias holísticas en las Ciencias de la Vida, y sólo en algunos de sus aspectos. Defendiendo, también, que el nuevo paradigma es principalmente la recuperación de conocimiento que se perdió a lo largo del proceso histórico de nuestra civilización. Ni más ni menos que el despertar del letargo en que el pensamiento occidental moderno tenía sumidas a nuestra consciencia y nuestra sensibilidad.

LA RACIONALIDAD DOMINANTE DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL MODERNA

He calificado de “reduccionista” la particular tradición epistemológica que de la “revolución científica” tiene el patriarcado occidental moderno porque redujo la capacidad humana de conocer la naturaleza al excluir a otras personas y otras vías de conocimiento y redujo la capacidad de la naturaleza para regenerarse y renovarse creativamente manipulándola como materia fragmentada. El reduccionismo tiene una serie de características que lo distinguen de otros sistemas no reduccionistas de conocimiento a los que sojuzgó y reemplazó.

Vandana Shiva.

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Cinco líneas maestras para una revolución científica

A partir de los siglos XV y XVI, en el seno de los grandes Estados Modernos de Europa, se desarrolló un paradigma de pensamiento cuya maduración culminó tras la Revolución Industrial, y que alcanza su máxima expresión en lo que aquí llamamos “Ciencia Moderna” (para distinguirla de las Ciencias Tradicionales). Esta forma de pensamiento, hoy profundamente interiorizada en nuestra sociedad, se caracteriza por tendencias sin precedente alguno en la historia de la humanidad[1] que han condicionado profundamente el desarrollo de todas las ramas y disciplinas de la investigación y el conocimiento:

-Análisis de las partes aisladas de su contexto. Esta tendencia se manifiesta tanto en el plano físico (con la creación de las denominadas “condiciones de laboratorio”) como en el abstracto (superespecialización de las disciplinas). Se desarrolla la potencia resolutiva de la observación del detalle, pero las herramientas para abordar la visión de conjunto son comparativamente muy pobres. “Reduccionismo” es la palabra que empleamos para referirnos a la epistemología que equipara el conocimiento del conjunto a la suma del conocimiento aislado de las partes.

-La máquina como modelo del universo. Explícita o implícitamente, el mecanicismo está muy presente en todo el pensamiento moderno. Abundan las metáforas descriptivas basadas en las máquinas u otros subproductos culturales, y las leyes sobre la transformación de la materia y la energía (termodinámica) se elaboraron estudiando las máquinas de la Revolución Industrial. El resultado, como veremos, es la cosmovisión de un universo inerte o universo-máquina que impregna toda la práctica científica moderna, ya sea de forma consciente o no.

-Reducción de lo cualitativo a lo cuantitativo. Se equipara la objetividad con el análisis matemático de variables cuantitativas, focalizándose la observación en la obtención de dichas variables. Los aspectos no mensurables de la fenomenología natural y social se pierden en gran medida. El análisis numérico se pretende “neutro y objetivo” perteneciente por entero al ámbito de la racionalidad y no “contaminado” por otras influencias mentales y emocionales que lo harían “subjetivo”.

-Ruptura radical con toda tradición o sistema de conocimientos anterior. Compleja labor en la que la Iglesia Católica jugó un papel fundamental[2]. Se centraliza y homogeniza la formación científica, y se otorga el status de “Ciencia” únicamente a la metodología y producción intelectual de la Ciencia Moderna occidental, relegando el resto de sistemas de conocimiento al campo de las supersticiones.
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Atrofia de las capacidades intuitivas de la mente, e hipertrofia de las racionales. Lo que René Guénon llamaba “capacidades suprarracionales” de la mente (GUÉNON, R. 2001), de importancia capital en los sistemas de conocimiento tradicionales, pierde su reconocimiento. La racionalidad, o lógica del lenguaje verbal, toma el papel protagonista aislándose del resto de las funciones mentales. Estrechamente relacionados con este hecho son el fenómeno del establecimiento de la escritura como principal vía de transmisión del conocimiento, y la progresiva pérdida de integración del proceso de aprendizaje en la experiencia vivencial.

El origen de estas tendencias metodológicas y epistemológicas no fue en absoluto neutro o casual. Vandana Shiva, en el libro Abrazar la vida, documenta que el origen de la ciencia moderna occidental fue un proyecto explícita y conscientemente al servicio de la dominación[3]. Tanto Francis Bacon, considerado padre de la ciencia moderna, como los fundadores de la Royal Society de Londres Henry Oldenberg y Joseph Glanvill, hablaban textualmente de la creación de una filosofía masculina para realizar el imperio del hombre sobre la naturaleza y las criaturas inferiores (SHIVA, 1995, p 50); incluso, sin aparente necesidad de eufemismos, se empleaban abiertamente los términos “tortura” y “violación” para referirse a la experimentación y el método experimental[4]. Pero no es el objetivo de este texto ahondar en la raíz cultural del paradigma fundacional de la ciencia y el pensamiento modernos (al que de ahora en adelante nos referiremos como “reduccionista”, “mecanicista”, o “cartesiano”), sino más bien sobre sus efectos prácticos, especialmente a partir de su implantación definitiva tras la Revolución Industrial. Acerca de los siglos que la precedieron, mencionaremos sólo dos detalles:

El primero, que, como en todas las épocas, siempre hubo investigadores y tendencias en mayor o menor medida opuestas al paradigma en auge, que en este caso denominaremos organicistas (más adelante se comprenderá el porqué), y que progresivamente fueron perdiendo terreno ante el avance del paradigma reduccionista. Y el segundo, de especial relevancia, que este avance del reduccionismo corrió paralelo a: 1- El desarrollo y progreso de la Ciencia Moderna, o lo que se ha venido a denominar “la revolución científica” 2- La ejecución de miles de personas, en su gran mayoría mujeres, que conservaban sistemas de conocimiento tradicionales, o lo que se ha venido a denominar “quema de brujas”[5] y 3- Los genocidios y ecocidios llevados a cabo por todo el planeta bajo la expansión colonial de los estados europeos.


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El estudio de la vida bajo la ley de un universo inerte

Las cinco tendencias expuestas más arriba, íntimamente relacionadas entre sí, tienen un efecto limitador del campo de observación, y en conjunto generan un código interpretativo para el que gran parte de la fenomenología natural y social es indetectable, especialmente en sus dimensiones más sutiles. Las ciencias relacionadas con el estudio de la vida se han visto particularmente afectadas, ya que la cosmovisión del universo-máquina presenta una enorme dificultad para integrar la fenomenología orgánica[6], e incluso en muchos casos para percibirla o reconocerla como tal. Niveles enteros de fenomenología orgánica durante décadas han permanecido y permanecen aún invisibles para gran parte de la comunidad científica (como tratará de ilustrarse a lo largo de este artículo). A esto se debe el hecho de que nos acechen tantos interrogantes con una respuesta más o menos clara a nivel intuitivo, y que sin embargo resulten completamente inabordables para la ciencia desde su lenguaje y paradigma actual, como por ejemplo ¿por qué todos los productos industriales son, en alguna medida, tóxicos para la salud, o como mínimo mucho menos beneficiosos que los naturales y artesanales? ¿por qué la producción textil, agricultura, y ganadería industriales obtienen productos de muy inferior calidad a las tradicionales? ¿por qué sienta mejor al cuerpo una buena comida casera que las delicias del mejor de los restaurantes? Trataremos, a partir de este punto, de acercarnos poco a poco a las claves de este tipo de cuestiones, de acechar el punto ciego de nuestra ciencia. Y lo haremos empleando los conceptos que ella misma ha desarrollado, por ser los más asequibles a nuestra racionalidad:

En el siglo XIX, en pleno auge de la Revolución Industrial, se estudió con gran interés la dinámica de la energía o termodinámica, con el objetivo de diseñar máquinas que optimizaran el rendimiento de fuentes como el carbón, el petróleo, o la electricidad. Se constató en primer lugar que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, lo que constituye la primera ley de la termodinámica o principio de conservación. Pero de especial interés aquí nos resulta la segunda ley, que describe el modo en que se transforma la energía, estableciendo que el flujo neto de la energía se dirige siempre hacia un estado de mayor disipación, y por tanto el universo tiende irrevocablemente a un aumento constante de su entropía[7].

Merece la pena detenerse aquí a apreciar la cualidad de las leyes de la termodinámica: Se trata de auténticos principios cosmológicos, que enraízan con los más profundos parámetros estructurales de nuestra visión del universo y hasta hace muy poco constituían probablemente las bases más inviolables de la física contemporánea. Como dijo el físico británico Sir Arthur Eddingtong:

Si alguien señala que tu teoría favorita del Universo entra en conflicto con las ecuaciones de Maxwell, tanto peor para las ecuaciones de Maxwell. Si entra en contradicción con las observaciones, bueno, todos sabemos que hay experimentadores chapuceros por ahí. Pero si se demuestra que tu teoría entra en conflicto con las leyes de la termodinámica, no puedo darte esperanza; no le queda nada más que hundirse en la más profunda de las humillaciones.

Resulta muy significativo que dichas leyes se elaboraran estudiando el comportamiento de las máquinas de la Revolución Industrial. La segunda ley de la termodinámica vino a confirmar la naturaleza inerte del universo, en la que la inercia termodinámica, la tendencia constante al aumento de la entropía, es la regente absoluta. Y ciertamente, todas las máquinas construidas desde la Revolución Industrial son básicamente potentes generadores de entropía, como nos ilustra Jeremy Rifkin en su abrumador ensayo Entropía: Hacia un mundo invernadero (RIFKIN, J. 1990). Las máquinas generan entropía tanto en su proceso de fabricación, como en el de su funcionamiento, mantenimiento, y desguace o reciclaje.

Lo que detectó Sadi Carnot, descubridor de la segunda ley, fue que la inercia termodinámica gobernaba el funcionamiento de todas las máquinas, y que eran incapaces de fabricar o diseñar una que no produjera un aumento neto de entropía. Este hecho se extrapoló a la naturaleza, formulándose unas leyes de tal modo que cualquier transformación de la energía debía explicarse en función de dos únicos principios fundamentales: La conservación de la energía y el aumento de la entropía.

Los seres vivos no podían ser una excepción. No tardó en hacerse evidente, sobre todo tras la obra de Schroginer ¿Qué es la vida? (HO, MW. 1994), que el elevadísimo grado de organización interna de los seres vivos era un estado constante de “entropía negativa” o neguentropía. ¿Cómo justificar esto? Argumentando, convincentemente, que los organismos reducen su entropía interna aumentando la entropía en el exterior, de forma que el movimiento neto de la energía es siempre a un estado más disipado. Las plantas transforman la energía solar en energía química creando enlaces carbono-hidrógeno (lo que se denomina “materia orgánica”, que guarda energía en un estado más disipado que la energía solar fotónica), y los animales consumen esa energía química para generar movimiento, ruido, calor, y más energía química. Los animales vendrían a ser el no va más de la entropía, ya que su metabolismo se basa en la combustión de la materia orgánica, y por cada enlace carbono-hidrógeno que forman consumen una gran cantidad de ellos, cuya energía pasa a formas mucho más disipadas (ruido, calor, y movimiento). En definitiva, todos mantienen su organización interna a costa de desorganizar el exterior. De forma más eficiente que las máquinas, quizás, pero iguales en lo esencial.

Este gran triunfo del mecanicismo tiene seguramente bastante que ver con los patentes esfuerzos de la biología y la medicina modernas por ignorar o minimizar los fenómenos de organización en la naturaleza, intensificados a partir del último tercio del siglo XIX. Así, la extrema fineza del orden natural se transformó sutilmente en mera apariencia, y los seres vivos en espejismos de oasis en el desierto de la inercia, generados por movimientos estocásticos de partículas gobernadas por las leyes del azar y la probabilidad[8]. Todo fenómeno natural, por asombroso que fuera, se interpretaba como el aparente y colorido efecto de un proceso mecánico lo más simple y sencillo posible. La naturaleza pasó de ser sabia y poderosa a ser simplemente “resultona”.

Las hipótesis que implicaban una compleja organización natural fueron olvidadas o relegadas a la marginalidad. Las enfermedades, en lugar de ser procesos evolutivos de transformación como sugirió Hannehman[9], pasan a ser el efecto del ataque de microorganismos malignos (nuestros “competidores naturales” que quieren hacerse con los recursos de nuestros cuerpos) bajo el reduccionismo de Pasteur. La evolución de las especies, en lugar de ser un producto de la compleja fisiología interna de los organismos como postulaba Lammarck (LAMMARCK, J.B. 1986), se convirtió en el resultado de la reproducción diferencial entre variedades generadas al azar bajo el reduccionismo darwinista. Ambos reduccionismos, en calidad de dogmas universales, cumplen una función de tapadera para los puntos ciegos que mencionábamos antes. Cualquier enfermedad infecciosa se origina por una invasión microbiana o viral, basta con identificar el microorganismo patógeno y borrarlo del mapa. Cualquier función o estructura orgánica se originó por mutaciones al azar preservadas por la selección natural, basta identificar las ventajas reproductivas de las mutaciones para “comprender” a los organismos y su historia evolutiva. Actualmente ambas teorías preservan su aplastante hegemonía, y ambas preservan su función de evitarnos la tarea de pensar.

Resulta llamativo el recurrente empleo de subproductos culturales como modelo para explicar la naturaleza. Primero las máquinas industriales se usan para explicar la transformación de la energía en el universo, después la emergente “economía de mercado” basada en la competencia servirá para describir las relaciones entre los seres vivos, y la práctica ganadera de selección de variedades para explicar la evolución[10]. A medida que este tipo de explicaciones cala en el sustrato psíquico de la sociedad, la percepción de nuestra propia naturaleza no puede dejar de verse profundamente alterada, redundando en la interiorización del mecanicismo en nuestras vidas y nuestra organización socioecológica. En este sentido, la máxima y definitiva expresión del paradigma cartesiano llegó en el siglo XX con el reduccionismo genético y el conductismo.

El reduccionismo genético nace en los años 30, cuando la biología darwinista y la genética mendeliana se unen en lo que se vino a llamar “Teoría Sintética”, cuerpo central de la biología actual y base teórica de la que parte la línea general de investigación y desarrollo conocida como “ingeniería genética”[11]. Según este paradigma las características de los seres vivos, incluidos los humanos, están codificadas individualmente en secuencias de nucleótidos (genes) que se heredan de forma independiente y generan nuevas características mediante mutaciones al azar. Expresado mejor que nadie por el biólogo Richard Dawkins, lo lleva hasta sus últimas consecuencias cuando dice: somos máquinas de supervivencia. Vehículos robóticos ciegamente programados para preservar las moléculas egoístas conocidas como genes. (DAWKINS, R. 2000).

Por último, la psicología, un campo de investigación vanguardista y prometedor a principios del siglo pasado, fue también colonizada por el implacable paradigma cartesiano dominante con el advenimiento del conductismo. Una serie de trabajos basados en célebres experimentos con animales fundan esta nueva ciencia reduccionista, que reduce la psicología al arte empírico de obtener la conducta deseada en un sujeto, trasladando el principio agresivo de la experimentación animal (lo que en tiempos de Bacon era conocido como “tortura y violación”) al ser humano.


Notas:
(A): El artículo en su integridad está extraído del blog Crimentales
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[1] En realidad esta tradición intelectual tuvo su primera expresión en una tendencia minoritaria de pensamiento entre algunos filósofos de la Grecia Clásica, que Nietzsche identificó como “escuela apolínea”, si bien en aquél tiempo las características que aquí se describen alcanzaron un desarrollo mucho menor (GUÉNON, R. 2001).

[2] Empleando las más drásticas medidas durante la transición entre la Edad Media y la Edad Moderna, pero sobre todo durante la segunda, y que se prolongaron hasta los albores del siglo XVIII. (EHRENREICH, B. y ENGLISH, D. 1988).

[3]SHIVA, V. 1995, pp 46 a 58. Vandana Shiva, como muchos otros autores, utiliza el término “patriarcado” ó “sociedad patriarcal” para referirse a la organización social basada en relaciones de dominación. Aquí emplearemos el término “sociedad de la dominación”, para enfatizar el hecho de que no se trata únicamente de la dominación del hombre sobre la mujer y los niños, sino también sobre la naturaleza, las culturas no occidentales (en el caso de nuestra civilización), y las personas de inferior estatus social.

[4] SHIVA, V. 1995, p 47. También ABDALLA, M. 2007, p 96, citando el Novum Organum de Bacon.

[5] Esta eliminación selectiva de personas portadoras de conocimiento respondió a los intereses de la clase dominante, la Iglesia, y la nueva e incipiente profesión médica moderna (EHRENREICH, B. ENGLISH, D. 1988).

[6] Lynn Margulis, en el segundo capítulo de su libro ¿Qué es la vida? relata el papel fundamental del mecanicismo, desde los tiempos de Descartes, en el origen y desarrollo de la ciencia moderna, y la gran dificultad que ha supuesto el dominio de esta concepción inanimada de la naturaleza para abordar el fenómeno de la vida (MARGULIS, L. 1996).

[7] La entropía se define en física como el “estado de disipación de la energía” de un sistema dado, que es inversamente proporcional a “la capacidad de realizar un trabajo útil”, así como al grado de organización, porque el estado organizado de un sistema le confiere potencial para realizar trabajo, ya sea químico o mecánico. La organización permite la existencia de gradientes (coexistencia de estados de materia y energía muy reactivos entre sí) que almacenan energía. Aquí sólo disponemos de espacio para ofrecer una aproximación intuitiva a estos conceptos, que será suficiente para los propósitos del texto.

[8] La segunda ley de la termodinámica quedó definida por Boltzman en esos términos. Al comienzo del artículo El año de Darwin y Lovelock de Carlos Castro de Carranza, encontramos otro interesante relato del progresivo avance del mecanicismo frente a la concepción orgánica del mundo. Explica cómo a pesar de este imparable avance, la concepción de la Madre Tierra e incluso del cosmos como algo vivo tuvo una gran influencia en el pensamiento hasta hace poco más de un siglo (CASTRO DE CARRANZA, C. 2009).

[9]En el artículo “el espíritu de la doctrina homeopática”, compilado en los Escritos menores (HANNEHMAN, S. 1996).

[10] Máximo Sandín afina con gran resolución lo que él denomina las “coordenadas” socioculturales que determinaron el auge de la biología darwinista, que es en última instancia la más genuina expresión intelectual del nuevo orden social que emergió en el seno del imperio británico victoriano, conformado por el capitalismo, el colonialismo, y la industrialización. El darwinismo ha venido a constituir la legitimación metafísica del individualismo y la competencia como base de la sociedad y el desarrollo. Ver Sobre una redundancia: el darwinismo social en SANDÍN, M (2006).

[11] La fundación Rockefeller fue de lejos el principal patrocinador de la biología molecular reduccionista durante sus primeras décadas de existencia. Entre 1954 y 1966, once de los doce premios Nobel que se entregaron fueron a estudios financiados por dicha fundación. SHIVA, V. (2001).



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